Hay quienes creen que el amor no existe, y yo era una de esas personas. Creía que los seres humanos éramos lo suficientemente malos como para sentir y experimentar ese sentimiento que desde siempre hemos exaltado y demostrado, algunos, incluso, con la muerte. Era un joven que creía que amar, era una utopía descabellada, un sueño de gente loca que no se ponía a pensar que un ser lleno de maldad, no podía sentir jamás algo parecido a eso a lo que nos referíamos con la palabra amor. Amar, para mí, era engañarse a uno mismo, era esconder nuestro lado oscuro y malvado, reprimirlo bajo un sentimiento de cuatro letras.
Era rechazar todo lo malo que teníamos dentro, un intento desesperado de demostrarnos a nosotros mismos que era posible ser buenos y sentir por el otro un aprecio, un vástago de consideración, un ápice de humanidad, y olvidar en nuestras mentes el llamado de la ley de la selva. Por mucho tiempo creí, y estaba convencido de esto, que ni yo, ni vos ni nadie era capaz de amar, ni siquiera que fuésemos capaces de ser mínimamente buenos con el prójimo. Siempre creí que el amor era una filosofía que idiotizaba a la gente. Algunos cometían locuras, otros lo dejaban todo, otros se martirizaban e, incluso, otros perdían la vida. Todo por una sola causa: la creencia en una fuerza infinita que nos trascendía y que luego comprendí, nos trascendía más allá de nuestra naturaleza humana, esa naturaleza pecadora representada por todo lo oscuro que hay en nuestras vidas. Amar, entonces, es esa capacidad, sublime, de rechazar todo lo malo y miserable de nosotros. Es la capacidad de encadenar esas alimañas que habitan en los recovecos de nuestra personalidad. Amar significa matar al hombre bestial que habita en nosotros, y que nos convierte en esos seres despiadados y monstruosos. Amar significa morir y trascender. Amar, es el arte de domarnos a nosotros mismos. Amar, es el arte de morir, y renacer, junto al otro.
Marcos Nahuel
No le enseñamos complicadísimo rituales o incomprensibles palabras: queremos que domine y compenda rápidamente su propio poder.
No le exigimos que utilice ropa estrafalaria: necesitamos que sea su espíritu el que resalte.
No le pedimos que crea ciegamente en la magia: simplemente, lo invitamos a practicarla
Ojalá que encuentre en ella lo mismo que hemos hallado nosotros.
Que el Bien ilumine al Maestro, para que éste después pueda guiar al Alumno.
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